El final es mentira
Había que defender la democracia y la civilización occidental. Era la excusa para los golpes militares y las dictaduras que sacudieron Latinoamérica durante la segunda mitad del siglo XX.
Hace 39 años que mataron al Che. Pero seguía dando miedo. El Che era nomás un hombre, un ser humano lleno de fallos y vicios y que cometió decenas de errores. Pero el Che fue la cara visible de algo que se movía en América, de mil formas y con mil formas. El Che era la cara de la subversión a siglos de hambre y latigazos de los señores que, con otra máscara, seguían siendo dueños de vidas después de las Revoluciones y las supuestas independencias que se hicieron en el siglo XIX.
Y no se podía tolerar. Era impensable que Chile nacionalizara el cobre, que en Argentina existiera un movimiento obrero perfectamente organizado, que en Brasil hubiera quien hablara de reforma agraria.
Recién veo una película, Garage Olimpo, ambientada en la dictadura argentina. Y la dictadura argentina era un garage donde se tortura bajo control médico, un garage desde donde salen camiones llenos de prisioneros drogados que luego serán arrojados, vivos al mar. La dictadura argentina era un torturador que se creía dueño de una mujer, un militar que mata a la inquilina de la casa tras obligarla a venderla por una fracción de su precio real.
Todo eso tenía un objetivo claro: había que garantizar el mercado barato para las empresas extranjeras , eso que llaman libertad económica, antes de darle permiso a los argentinos y al resto de latinoamericanos para votar cada cuatro años por un gobierno atado al FMI. Cuando se consiguió esto en la mayor parte del mundo, se dijo que la Historia había acabado. Misión cumplida.
Pero era mentira. La Historia y la subversión, que lo mismo da, seguían andando. Porque, como me dijo una amiga llegada de Mendoza, para mi la dictadura también fueron Menem y los que siguieron.